Laura es organizada, meticulosa y metódica. Ricardo, por el contrario, vive al día, es espontáneo y algo desordenado. Cuando se conocieron, ella pensó que su estilo caótico la volvería loca; él, que su rigidez acabaría por aburrirlo. Sin embargo, aquí están, ocho años después, más enamorados que nunca. ¿Qué es lo que los mantiene unidos? La respuesta parece estar en algo más profundo que el azar del destino: la teoría de la complementariedad en las parejas.
Esta teoría sugiere que no necesariamente buscamos a alguien igual a nosotros, sino a alguien que nos complemente, que tenga lo que a nosotros nos falta y viceversa. Es una especie de danza entre las diferencias, donde cada uno aprende del otro y encuentra equilibrio en esa aparente contradicción.
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¿En qué consiste exactamente la teoría de la complementariedad?
La teoría plantea que las personas tienden a sentirse atraídas por quienes presentan características opuestas o complementarias a las suyas. Por ejemplo, una persona extrovertida puede sentirse fascinada por alguien introvertido, no porque desee volverse más retraída, sino porque admira esa tranquilidad que le falta. Del mismo modo, alguien muy racional puede sentirse atraído por alguien emocional, encontrando en esa sensibilidad un mundo nuevo por descubrir.
Este fenómeno no es nuevo. Ya desde el psicoanálisis, Carl Jung hablaba del “ánima” y el “ánimus” como partes complementarias dentro del alma humana que buscamos también proyectar y encontrar en otros. En otras palabras, buscamos en la pareja una pieza que falta en nuestro propio rompecabezas emocional.
¿Cómo impactan estas diferencias en la vida diaria?
Claro que no todo es perfecto. Las diferencias también pueden chocar, sobre todo cuando no hay comunicación. Pero cuando hay comprensión, respeto y un deseo genuino de aprender del otro, estas diferencias enriquecen la relación. Una persona controladora puede aprender a soltar; una insegura puede fortalecerse con la confianza del otro.
En muchos casos, las parejas complementarias aprenden a ver el mundo desde otro ángulo. Esto no solo amplía su perspectiva, sino que también fortalece su vínculo, porque se convierten en un equipo que se equilibra, no en un espejo que refleja lo mismo.
¿Puede funcionar siempre una relación complementaria?
No todas las diferencias son compatibles. La clave está en que esas diferencias sean funcionales y no destructivas. Es decir, que uno no anule al otro. Si una persona busca control y la otra sumisión, la relación puede tornarse tóxica. Pero si lo que se busca es equilibrio —por ejemplo, entre estabilidad y aventura, entre lógica y emoción— entonces la complementariedad puede ser un poderoso motor para crecer en pareja.
¿Qué dice la ciencia sobre esto?
Estudios en psicología han demostrado que la complementariedad funciona sobre todo a nivel de necesidades emocionales y de personalidad. No se trata tanto de tener gustos diferentes (como uno amar el cine y el otro odiarlo), sino de encajar en cómo se da y se recibe el afecto, cómo se toma una decisión, o cómo se enfrenta una crisis.
Lo fascinante es que incluso en parejas de larga duración, estas diferencias pueden evolucionar. A veces, uno se “contagia” del otro y termina adoptando rasgos que antes le eran ajenos, generando un crecimiento personal mutuo.
Entonces… ¿los opuestos realmente se atraen?
Sí, pero más que eso: los opuestos se construyen juntos. No se trata solo de sentirse atraído por lo distinto, sino de ver en esa diferencia una oportunidad. La teoría de la complementariedad no dice que las parejas deben ser diferentes, sino que cuando lo son, pueden encontrar un balance perfecto si saben cómo navegar esa danza.
Así que la próxima vez que alguien te diga “no tienen nada en común”, sonríe. Tal vez, en realidad, lo tienen todo para complementarse.
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