¿Y si el problema eres tú?: Hábitos que debes soltar para no perder la conexión con tus hijos

Los niños no se alejan de la nada. A veces, los estamos empujando sin darnos cuenta. Aquí van las actitudes que podrían estar saboteando ese lazo que quieres cuidar.

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CRÉDITOS: PEXELS | PIXABAY

Era domingo por la tarde. Martín, un papá de 42 años, miraba el celular mientras su hijo de ocho le hablaba emocionado sobre un dibujo que había hecho. “Ajá”, respondía él sin despegar los ojos de la pantalla. El niño insistía, pero pronto se rindió. Y ahí, sin dramatismos ni escándalos, se rompió un hilo invisible.

Esta escena se repite todos los días, en millones de hogares. Padres bien intencionados, hijos con ganas de compartir… y pequeñas omisiones que terminan alejando corazones. Si realmente quieres fortalecer el vínculo con tus hijos, quizá no se trata de hacer más, sino de dejar de hacer ciertas cosas.

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¿Estás escuchando de verdad o solo estás oyendo?

Uno de los errores más comunes es estar presente físicamente pero ausente emocionalmente. Puede que estés en casa todo el día, pero si tu mente está en el trabajo, en el celular o en la televisión, tus hijos lo sienten. Y lo interpretan como desinterés.

Los niños no necesitan discursos largos, ni regalos costosos. Solo quieren sentir que su mundo te importa. Así que la próxima vez que te hablen, míralos a los ojos, baja al nivel de su estatura y escúchalos como si te contaran el secreto más grande del universo. Porque para ellos, probablemente lo es.

¿Corregirlo todo te está haciendo perderlo?

Otro hábito que desgasta es la corrección constante. Si todo lo que sale de tu boca es una instrucción, una crítica o una orden, tu hijo va a empezar a cerrarse contigo. No porque no te quiera, sino porque te teme o se siente insuficiente a tu lado.

Claro que educar es necesario. Pero no todo momento es una lección, y no todo error es una tragedia. A veces, lo más educativo que puedes hacer es reírte con él, acompañarlo en sus intentos torpes, y mostrarle que el amor no se pone en pausa cuando se equivoca.

¿Te estás tomando todo personal?

“Es que ya no me cuenta nada.” “Me responde mal.” “Está rebelde.” Y tú, ¿cómo reaccionas? Muchos padres caen en el error de tomarse el comportamiento de sus hijos como un ataque personal. Pero un niño no está para herirte: está luchando por entender sus emociones y tu reacción puede ser gasolina o bálsamo.

Cuando reaccionas con gritos, sarcasmo o amenazas, estás sumando miedo a una situación que ya es difícil para él. En cambio, si lo ves como un ser en proceso, vulnerable y humano como tú, la empatía florece.

¿Sigues esperando que tu hijo sea quien tú fuiste o quisiste ser?

Muchos vínculos se deterioran cuando el hijo empieza a tener su propia identidad, y no encaja con la imagen que el padre tenía. La presión por sacar buenas calificaciones, ser sociable, no “fallar”, termina apagando la chispa única del niño.

Tu tarea no es moldearlo a tu medida, sino acompañarlo a descubrir quién es, incluso si ese “quién” no se parece nada a ti. Cuando tus hijos se sienten aceptados tal como son, sin condiciones, el vínculo se vuelve irrompible.

¿Le estás pidiendo que madure antes de tiempo?

A veces queremos que los niños se comporten como adultos: que controlen sus emociones, que no se frustren, que no hagan berrinche. Pero están aprendiendo. Y para eso están los errores, las lágrimas y hasta las rabietas.

Si respondes a sus emociones con vergüenza o rechazo, estás diciéndole que no es seguro sentir contigo. En cambio, si validas lo que le pasa, le enseñas algo mucho más valioso que la obediencia: le enseñas a confiar.

Porque al final del día...No se trata de ser el padre o la madre perfecta. Se trata de estar presente, humano, consciente. De tener el valor de mirarse, de soltar lo que no ayuda, de amar sin tantas condiciones.

Porque los vínculos no se rompen con gritos o portazos, sino con el silencio, la prisa y la indiferencia. Y la buena noticia es que, al igual que se desgastan, también se pueden sanar.

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