Hablar de Stephen King es embarcarnos en un mundo de terror, suspenso, drama y ciencia ficción que se entrelaza y desdobla con los bordes de la cordura, lógica y racionalidad.
Su nuevo libro “después”
Esto no se obvia ni evade bajo ninguna circunstancia en su nueva entrega, el libro: “Después”, narrado desde una primera persona jocosa, disruptiva o un tanto humorística del joven adulto, (al final del libro), James Conklin. A quién conocemos a principios del siglo veintiuno a una tierna edad de tres o cuatro años, donde desde 2003 entiende claramente que los adultos tenemos un talón de Aquiles: “dejamos de creer en todo lo que no podemos ver”, lo que él denomina “el complejo de la adultez”, nos hace ver la vida como lo hace un niño con una madre que jamás miente, demasiado bien, pero sin comprender del todo.
¿Y qué tendría de importante que no creamos?, bueno, como siempre con King, resulta que creer, hace toda la diferencia durante poco menos de doscientas páginas que entramos en la mente de un adulto que alguna vez fue un niño con un don que es parte de él, una extensión de sí que le hace “ser”, como zurdo o diestro… Una capacidad de ver a través de los velos del más allá y el mundo terreno.
Odiseas terroríficas
En la odisea digna de llamarse “periplo” que se convierte la vida de James, (“Jamie”), conocemos personajes imposiblemente metódicos y los vemos sumergirse a la imposibilidad del esoterismo y espiritualidad; otros sobrellevar grandes penas y consecuencias de propias decisiones, secretos que nadie quiere revelar, una compulsión casi setónica a decir la verdad por otros personajes menos “corpóreos” mezclado con ritos paganos de tendencia oriental, (nepalíes – tibetanos), que regalan un precioso huevo de pascua, (easter egg), a sus fieles lectores al mencionar el “rito de chüd” o el “resplandor” burlándose o reafirmando según sea el caso libros anteriores.
Quizás nunca sabremos si los fantasmas siguen o no entre nosotros, si hay “acoso fantasmagórico”, si trascienden una especie de velo, pero continúan aquí…
Independientemente, lo que sí es seguro, es preguntarnos, si, así como en vida el amor y el odio son grandes detonantes “del todo”, en la muerte podrían o no continuar siéndolo.