El Papa Francisco y su cercanía con el Atlas y el Guadalajara

Así conocimos al primer papa latinoamericano. Fue el primero en elegir llamarse Francisco y así imprimir un pontificado dedicado a los pobres. Un papa futbolero, incluso se le fotografió con los jerseys de los equipos tapatíos.

Fiel a su estilo jesuita, dejó de lado los zapatos escarlata que la tradición imponía. Tuvo el coraje de romper el protocolo para caminar como uno más, sin privilegios, sin ornamentos, sin barreras.

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Su humildad no fue un gesto simbólico, sino una declaración silenciosa de quién era y de qué Iglesia soñaba construir. Diez años no bastan para transformar una institución que carga con dos milenios de historia.

Y, sin embargo, el papa Francisco logró sacudir los cimientos con gestos simples, palabras valientes y una humanidad desbordante. El legado de Francisco no se mide en decretos, sino en el eco de su mensaje que resuena en cada parroquia del planeta.

Le puso voz a los más de cien millones de perseguidos por su fe, cuando el mundo los ignoraba en silencio. Fue el primero en pedir perdón con firmeza por los pecados de la Iglesia, sin eufemismos ni rodeos.

Abrió las puertas del Vaticano a las mujeres como nunca antes, otorgándoles roles clave en la estructura de poder eclesiástico. Tendió la mano a los divorciados, rompió muros de exclusión y desmanteló parte del pesado andamiaje burocrático que por siglos alejó a muchos del Evangelio.

No importaba si lo llamaban Su Santidad o simplemente “padre Francisco"; él eligió caminar entre la multitud, abrazar a los olvidados y hablar con el corazón. Más que un pontífice, fue un pastor con olor a rebaño, como él mismo solía decir.

Con información de Antonio Sánchez.

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