No siempre se ha tenido un buen concepto de muchas cosas, desde las brujas de Salem, (que nunca sabremos a ciencia cierta si vieron algo “comprometedor” o no en esas mujeres), hasta como los gatos negros nos habían salvado de plagas y terminamos con problemas justo por quererlos erradicar, hasta esa extraña concepción del siglo XIX de cómo “quitar la histeria femenina”, han servido de variopintos ejemplos de cómo la ciencia sí que ha ayudado a que la humanidad avance en criterio y conocimiento.
Un caso similar son las manías, que a veces son más raras unas que otras, pero unas pocas fueron capaces de trascender a un fenómeno psicomático a realmente ser tratados de libros, una de estas es la “bibliomanía”.
¿Qué es la bibliomanía?
La bibliomanía como su nombre se indica es la manía u obsesión con los libros, pero no cualquier clase de libros, sino que tenían que ser ediciones raras, poco conocidas, primeras versiones o hasta con encuadernaciones especiales que los distinguían de otros.
De hecho, para el final de 1800 había sido mencionada en al menos tres libros como una “temible enfermedad”, (alcanzado autores tanto de la lengua castellana como anglosajona), por Thomas Frognall Dibdin, Gustave Flaubert y Pío Baroja, que retomaban la sintomatología como una patología tremenda más allá de los conocimientos del momento.
Esta manía tomó auge gracias al caso más sonado de la época de 1869, (aunque no era el primero), cuando el teólogo bávaro y bien pagado, Alois Pichler quien era el “bibliotecario extraordinario” de la Biblioteca Pública Imperial en San Petersburgo, Rusia, sería el centro de atención de los encargados de la Biblioteca de la ciudad, pues desde su llegada los libros comenzarían a desaparecer misteriosamente durante dos años, hasta 1871 cuando finalmente había menos 4,500 títulos en el recinto y se tomaron cartas en el asunto llevándolo a juicio en donde sería encontrado culpable, ganándose el arresto y exilio en Siberia.
A Pichler, este hecho le valió pasar a la historia, pero no es coincidencia que pasara a la posteridad, pues hubo dos factores que lo catalizaron: el primero, que llamó la atención de la escritora inglesa Mary Stuart inspirando su artículo “The Crime of Dr. Pichler: A Scholar-Biblioklept in Imperial Russia and His European Predecessors”, por otro lado, en segundo término el que fue él quien cometió el mayor robo de libros registrado en todo Europa de los siglos XVIII, XIX y XX, (vaya forma de pasar a la historia, eh).
Síntomas de la bibliomanía
Se dice que la bibliomanía se desató en Europa, particularmente en Reino Unido y París, considerándola como “la plaga del libro”, tras la Revolución Francesa en 1789, cuando los nobles franceses huyeron de su país y debieron dejar de lado las cuantiosas bibliotecas que poseían dejándolas a merced de quienes ocuparan luego sus moradas o llevándolas consigo y vendiéndolas para viajar ligero y poder pasar desapercibidas.
Con esa nueva cantidad de libros circulando por los países de lengua inglesa, el “frenesí" por tener nuevos libros se desató por casi cien años, generando una pasión inconquistable por la compra y acumulación de libros que según los médicos de la época conducía a una especie de “neurosis” o “ histeria ” en la que este arrebato podría llevarlos a gastar cuantiosas sumas para poseer tantos títulos como pudieran, (lo cual tampoco era tan difícil cuando los nobles europeos tenían una casa para cada estación del año).
Según el reverendo inglés Thomas Frognall Dibdin, quien escribió el libro “Bibliomanía” o “La locura del libro: un romance bibliográfico”, (basado en su propia experiencia, cabe destacar), los más susceptibles a padecerlo eran los nobles, (lo que no es tan sorprendente si pensamos en la capacidad pecuniaria que poseían y cómo en ese entonces, el dinero era la llave para todo), sufriendo de “síntomas” como la búsqueda inflexible de primeras ediciones, ediciones limitadas o ilustradas, libros de impresiones o encuadernaciones específicas como con letras góticas, forros de vitela, encuadernación marroquí o que en vez de papel usaban “vitela”.
La bibliomanía en la literatura
Por su parte, sin quedarse atrás, el francés Gustave Flaubert también escribió su propia “Bibliomanía”, donde en vez de hacer un relato en primera persona, describió a un librero de Barcelona que según narra el texto dejó prácticamente de existir para todo lo que no le permitiera leer, evitando comer, dormir, salir o hacer ninguna actividad que no fuese relacionada a la desmedida literatura... Todo iría medianamente “bien” si hubiera parado en eso, pero, no, el personaje del libro llegó a tener tantos celos que mataría al librero de la ciudad para poseer su colección... ¿Poquito desquiciado, no?
Ahora, con eso dicho, no es de extrañar que catalogaran a la “bibliomanía” como un pesaroso mal y ampliamente temido en el siglo XIX, difundiéndose hasta España donde el autor Pío Baroja escribiría la novela “Silvestre Paradox” cuyo personaje principal sería Avelino, quien en el libro es descrito como un hombre que quería generar una biblioteca en dieciseisavo y al punto de lograrla, perdió la llave de dicha habitación lo que lo llevó a buscar cómo ingeniárselas para meter y sacar más libros, hasta quedar casi tapeada la puerta por puros libros.
Los bibliómanos más conocidos
Los grandes coleccionistas ingleses fueron los que más “padecieron este mal”, si bien, no llegaron a ser cleptómanos y hurtar como Pichler, sin duda sí acumularon bibliotecas que uno sólo soñaría.
El primer ejemplo, es Richard Heber, quien dedicó años de su vida a asistir a subastas, ventas de libros, remates y cualquier actividad similar por todo Europa comprando títulos individuales o bibliotecas enteras, hasta llegar a poseer 150,000 volúmenes distribuidos entre sus ocho casas a finales del siglo XVIII y principios del XIX, valuada en aproximadamente poco más de £100.000 de la época.
El segundo caso es el “barón de la bibliomanía”, sir Thomas Phillips, quien dejó de lado la “limitación” de los libros para ampliar su repertorio hasta manuscritos que adquirió durante la guerra napoleónica, llegando hasta el total de 60,000 títulos en su posesión, pareciendo que literalmente el hombre quería comprar un título de cada uno de los existentes en el mundo, pues no se detuvo en el inglés, sino que incluyó casi todas las lenguas conocidas hasta el momento.
¿Lo más sorprendente?, que el libro de “La locura del libro: un romance bibliográfico” de Dibdin fue también un título popular entre los coleccionistas y las víctimas de la bibliomanía, (de hecho, uno de los más populares). Sin saber si esto se debería a que era un libro raro o porque, las personas, eran conscientes de su “mal” y buscaban comprenderlo.
La bibliomanía en la actualidad
Si bien, Europa de los 1700- 1800 fue la casa de la “bibliomanía”, otros países no se escaparon y acuñaron su propio término, ya que para 1869 en Japón aparecería la palabra “tsundoku” que en español se descompondría como “doku” que significa “leer” y “tsun” que se traduce como “apilar”.
La traducción global sería “comprar material de lectura”. Ahora bien, pudiera parecer que ambos términos son equivalentes, pero, los europeos buscaban coleccionar libros hasta el punto de no poder más, mientras que los nipones buscaban leer todos los manuscritos o títulos posibles, lo cual, podría o no generar una colección.
Sea como fuere, el término llegó hasta nuestros días y se castellanizó de “bibliomaniac” a “bibliomanía” pasando de Dibdin y Flaubert a la Real Academia de la Lengua Española, (RAE), donde ahora, se entiende como la “propensión exagerada a acumular libros”.
¿Conoces a algún bibliómano?, ¿Gastarías tanto por libros?, ¿O sólo vas a la FIL por coincidencia?
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