Desde su infancia rodeada de visiones celestiales hasta los milagros tras su muerte, la vida de Santa Inés de Montepulciano es un relato de mística, humildad y poder espiritual.
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¿Quién fue Santa Inés de Montepulciano?
En el corazón de la Toscana, Montepulciano guarda un secreto sagrado: el recuerdo de una niña que, desde sus primeros pasos, fue tocada por la gracia divina. Inés nació en 1268, en una familia noble que jamás imaginó que su hija menor se convertiría en una de las santas más veneradas de la Edad Media. Desde muy pequeña, mostró un carácter piadoso y una inclinación profunda hacia la oración. A los nueve años, con un permiso especial del papa, ingresó al convento de Montepulciano. Allí comenzó la historia que haría eco por siglos.
¿Qué hizo que destacara tan joven?
No era común ver a una niña con tal autoridad espiritual. A los quince años fue elegida superiora del convento en Proceno, a pesar de su juventud. Su comunidad y la región entera reconocían su sabiduría, su dulzura y una fuerza interior que desbordaba toda lógica humana. Los testimonios de la época relatan cómo, bajo su guía, el convento floreció en disciplina, oración y caridad. Pero eso era solo el principio.
¿Qué milagros se le atribuyen en vida?
Una fragancia de lirios solía acompañar su presencia. Los fieles juraban que en las madrugadas, cuando ella oraba en silencio, una luz sobrenatural envolvía su celda. Se dice que multiplicó alimentos, curó enfermos con una simple bendición, y que incluso fue visitada por la Virgen María, quien le entregó al Niño Jesús en sus brazos. La fama de su santidad creció, atrayendo peregrinos, nobles y clérigos por igual.
¿Qué papel jugó en la fundación de un nuevo convento?
En 1306, Inés volvió a Montepulciano con una misión clara: fundar un convento dedicado a Santo Domingo, siguiendo la espiritualidad dominica que tanto amaba. La comunidad creció rápidamente, impulsada por su liderazgo humilde y firme. Incluso las monjas la veían levitar en éxtasis durante la oración, un fenómeno que desconcertaba, pero que también inspiraba a todos a vivir una fe más profunda.
¿Cómo fue el final de su vida?
La enfermedad nunca la doblegó. En sus últimos años, a pesar del dolor físico, Inés jamás dejó de consolar a los demás. En 1317, a los 49 años, murió en olor de santidad. Su cuerpo, al ser exhumado años después, fue hallado incorrupto y desprendía un aroma floral, un fenómeno que la Iglesia reconoció como señal divina.
¿Qué legado dejó Santa Inés?
El impacto de su vida trascendió fronteras. Fue canonizada en 1726 por el Papa Benedicto XIII, y su festividad se celebra cada 20 de abril. El convento que fundó sigue en pie, y sus reliquias son motivo de veneración para miles. Pero más allá de los milagros, Santa Inés dejó un ejemplo radical de pureza, entrega y fe inquebrantable.
Santa Inés de Montepulciano no fue solo una santa. Fue una mujer adelantada a su tiempo, una guía espiritual cuya vida parece salida de un canto sagrado. Aún hoy, su historia sigue tocando corazones, como un susurro de lirios que no se marchita con los siglos.
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